Si no se ve, no existe... O la comunicación a la vista.

Hace unos días leí un interesante artículo en un periódico digital a propósito del Trastorno Bipolar, "La plaga que sufre un millón de españoles y nadie conoce", tal y como titulaba. La contraposición entre "existir" y "conocer" ya me llamó la atención. Continuando con la lectura me topé con afirmaciones que me hicieron pensar... hasta parir estas líneas, por lo demás sin importancia.

Lo cierto es que en el terreno de las enfermedades es curioso comprobar, por ejemplo, cómo aquéllas que no resultan visibles, es decir, que no se "comunican" a los ojos de los demás, parecen no existir. El trastorno bipolar es una de ellas, más aún por la dificultad de su diagnóstico. Se empatiza, sin embargo, con facilidad con quienes padecen alguna enfermedad que "salta a la vista". Una silla de ruedas comunica de forma evidente y rápida una gran cantidad de mensajes tanto de tipo racional como emocional, mucho más que un cáncer de huesos que no se nota y que al no trasladarse al exterior, es decir, al no comunicarse de manera visual, parece no ser real.
Esta situación, aparentemente paradójica, tiene una casuistica tan abundante como diversa. Por ejemplo, ante la noticia de un delito, pongamos un asesinato, se resalta siempre si el autor padece alguna enfermedad mental, sea del tipo que sea, pero nunca se completará la información con datos como "el asesino es diabético" o "padece úlcera de duodeno". Como es evidente el morbo de un trastorno sicológico es mucho mayor que el de un dolor recurrente de estómago. En ninguno de los dos casos hablamos de una característica visible de la persona, pero sí es verdad que la capacidad de impacto y comunicación de algún tipo de demencia o desajuste mental es mucho mayor que los desarreglos digestivos.


La primera conclusión que se me ocurre a este propósito es doble. Primero que lo que no se ve tiene muchas más dificultades de alcanzar al destinatario. El mensaje existe pero el código "invisible" dificulta su percepción e interpretación. Es el reflejo del conocido aserto referido a la mujer del César, "debe serlo y además parecerlo". En publicidad se olvida con frecuencia esta evidencia que algunos ni siquiera contemplan como recomendación: conviene mostrar el atributo diferenciador de nuestro producto. Es lo que le otorga credibilidad al mensaje y, además, lo que facilita su comprensión. Las piruetas visuales o textuales que muchos anuncios contienen los convierten, en el mejor de los casos, en piezas apreciables desde el punto de vista artístico, pero impiden por completo la consecución de los objetivos previstos, el primero de los cuales debe ser siempre alcanzar y resultar comprensible por el destinatario. No ver, por tanto, implica arriesgarse a la ignorancia o al error. 
Y no mostrar suele suponer caer en la incomunicación real por muchos intentos que se haga de recorrer el camino completo hasta el receptor deseado. Ya, ya sé que hay silencios que otorgan, que son en si mismos auténticos discursos, declaraciones, reproches y hasta insultos. Así como los hay que resultan el ingrediente fundamental de toda una vida, como explicaba en un post anterior poniendo como ejemplo la vida de clausura. 

Y la segunda conclusión que me permito traer aquí no consiste sino en corroborar que, en efecto, como hemos aprendido y enseñado en clase, lo que importa de verdad no es el mensaje emitido sino el mensaje percibido.

Podemos pelarnos con las palabras hasta hacer nuestras las más adecuadas. Y con las imágenes hasta moldearlas a nuestro gusto. Podemos, en fin, construir un mensaje "insuperable" a nuestros ojos y terminar admitiendo que su valor se "devalúa" dramáticamente cuando se lanza a una persona, colectivo, target, mercado o como queramos llamar y sea nuestro destinatario circunstancial. Parecíamos tener todo controlado, pero nos faltaba dominar lo más importante: la interpretación/percepción que de nuestro mensaje se hace en destino. 





Sirva el ejemplo anterior que alguien con curiosidad fotografió. Está clara la intención de provocar una sonrisa, pero no deja de ser una buena metáfora de la importancia de la percepción. Volveremos sobre ello.

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