LA EDUCACIÓN PIXELADA
Es evidente que existe una creciente inquietud sobre
los nuevos escenarios en los que se desenvuelve la educación de nuestros
hijos. En menos de dos décadas, la llegada de internet y la digitalización en
general han trastocado muchas de las facetas de nuestra vida. Nos falta
perspectiva, pero es una revolución que debemos asumir como inevitable. De
hecho, los más jóvenes no han conocido otra cosa. Nacieron con una pantalla
delante a la que dedican unas 6 h. al día; están “always on”, en conexión
permanente; y según la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción, el 85%
muestran dependencia del móvil y las redes sociales.
Este mundo, entre
la realidad aumentada y virtual, les lleva en ocasiones a confundir el yo
digital con el yo real. La familia pierde valor como referente e influencia
como agente educativo. … Y hay, en mi opinión, al menos tres síntomas que
denotan este contexto.
En primer
lugar, el ejercicio de búsqueda y descubrimiento, esencial por su carga
formativa, obtiene ahora resultados inmediatos y con un esfuerzo mínimo.
Internet les da la respuesta a casi todo: desde la resolución de un trabajo
académico hasta el muestrario de amigos recomendados. Esta facilidad, según el sicólogo B.J. Fogg, hace
que la sensación de recompensa sea menor y que se incremente la frustración.
Hay un déficit de experiencias off, más allá de la pantalla, así que mientras antes
se buscaba “desconectar” como antídoto al estrés, hoy la “desconexión digital”
está asociada a la ansiedad y la depresión, sobre todo en los más jóvenes.
Segundo,
estamos ante un nuevo modelo de aprendizaje que tiende a confundir información
con conocimiento. Como afirma el Profesor Horvath, “con internet, la
capacidad de recordar se hace menos necesaria.” Se usan menos la memoria, la
reflexión y el análisis que son los que convierten el dato en conocimiento, el
apunte en sabiduría. No hay duda de que la metodología docente debe incorporar
ya herramientas digitales, pero sin olvidar que son un medio y no un fin.
Y, por último
y más importante, quienes dentro de poco deberán gestionar su propia vida (y en
parte la nuestra) pueden estar adquiriendo la escala de valores y criterios
morales que deciden Sundar Pichai (Google, You Tube, Android…), o MarkZuckeberg (Facebook, WhatsApp, Instagram…), entre otros.
Lo peligroso
no es internet, ni las redes sociales. Estas últimas, por ejemplo, son para
algunos algo así como la ayuda ortopédica (dos muletas: un algoritmo y un
teclado) sobre las que sostienen sus relaciones personales. Lo peligroso es entender
la vida como una pura exhibición, para muchos adolescentes y jóvenes “natural” e
irrenunciable porque de ella depende su aceptación social y su autoestima.
Si nos
fijamos, además, las reglas del juego en las redes facilitan el derecho a
juzgar a los demás sin necesidad de argumentación (un like, un tuit, un meme son
un testimonio que, multiplicado, llega a convertirse en veredicto). Instagram reduce el mensaje a una imagen,
Snapchat a un instante. Hasta el lenguaje sincopado, propio de la mensajería
digital, parece derivar de la urgencia por acaparar la conversación-escaparate,
eludiendo el silencio que favorece la opinión reflexionada.
Todo ello
conforma SU realidad, pero es también una metáfora del modo en el que entienden
la amistad, la privacidad, el tiempo, las relaciones... Para nuestros chavales,
sentirse parte del mundo exige una pantalla de 5,5 pulgadas obediente al
movimiento de sus pulgares y una conexión a internet con “mogollón” de datos
para consumir. Al otro lado está la posibilidad de obtener una recompensa,
aunque ésta se reduzca a la pequeñez de un emoticono.
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… Y los padres
también están perdiendo en muchos aspectos su posición como referentes. A
nuestros hijos, por ejemplo, ya no les va a servir el esquema “del estudio a la
profesión y de ésta al trabajo y la seguridad”. El aprendizaje va a tener que
ser constante, y tanto la profesión como el desempeño laboral van a estar
permanentemente sujetos al cambio. Por ello, si hay dos asignaturas que
deberían ser ya obligatorias en colegios y universidades creo que serían “Adaptación
a un entorno cambiante” y “Gestión de la frustración”.
Estamos
viviendo un tiempo apasionante merced al nuevo y enriquecedor presente y futuro
que la tecnología nos ha traído. Pero ha llegado a pequeños y mayores “en
bruto” y sin filtros. Los adultos estamos aún distinguiendo la paja del grano
digital, pero nuestros hijos la consumen en vena para lo bueno y lo malo, y,
aunque sea ya sobre la marcha, igual deberíamos reinstalar ciertos fundamentos
educativos en un sistema necesitado como nunca de actualizaciones.
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