Slow movement, mindfulness... y sonó la alarma.

Me ocurrió hace unos días, aunque en realidad se viene repitiendo con preocupante frecuencia. Es como si los astros se alinearan para que mi reloj fisiológico, aliado con la tecnología digital, sonara a la vez con todas las melodías guardadas en la memoria.

Sucedió que, junto al sonido del despertador ya programado a una hora precisa, acudieron también en su ayuda las alarmas del móvil propio y las de sus "hermanos" del resto de la familia e incluso la de un artilugio que da la temperatura interior y exterior (en Celsius y/o Farenheit, por supuesto), la previsión meteorológica, el día, la hora... y que suena como un poseso al son de la alarma previamente programada.  Como es de suponer, además, las alarmas respectivas tenían contenidos diversos, cada uno de su padre y de su madre. Aquí rock duro, allá Pablo Alborán, la otra un ringtone estandar y aburrido, y ésta un timbre de los de toda la vida... Tal concierto, andante con moto in crescendo, a semejantes horas de la mañana sonó como un estruendo desafinado e irritante. Y a mi me dejó una inquietante sensación de inutilidad; ¿cómo era posible que necesitara tal guirigay para recordarme que era el momento de comenzar el día? Luego comprobé que todo mi día, todos los días, estaban más o menos organizados a golpe de alarma. Desde la que me ordenaba despertar, a la que me decía cuándo había cumplido su función el microondas o la cocina, la que me "insultaba" por llegar tarde a una reunión, me avisaba de la urgencia de acercarme a una gasolinera o de conectar el cargador de la tablet, o me recordaba 24 horas antes que debía felicitar a mi cuñado por su cumpleaños. Las alarmas organizaban mi vida. Y ahí fue cuando me alarmé.

Y sí. Se trata también de comunicación. Una alarma no deja de ser un refuerzo de la memoria. Y la memoria es sin duda nuestra comunicación con el pasado o con la agenda que tenemos programada para el futuro. Comunicación al fin.

A todo esto esa práctica aplicación del omnipresente Google, llamada Google Keep, me avisa que tenìa pendiente investigar un poco sobre el llamado "Movimiento Slow" y también sobre el Mindfulness. Mira por dónde, creo que ambos encajan con mis "alarmas".

Con el nombre de Mindfulness se conoce la capacidad intrínseca de experimentar el momento presente sincronizando cuerpo y mente. 

El "Movimiento lento" o Slow movement es una corriente que propugna calmar las actividades humanas, tomando el control de nuestro tiempo sin someternos a su tiranía. Curiosamente el impulso definitivo lo adquirió en forma de protesta frente al McDonalds de la Piazza di Spagna en Roma y bajo el formato Slow Food.




Tomar conciencia del presente. Y tomarse la vida con calma. Parecen hechos el uno para el otro. Y enfrente, el barullo de las alarmas que, en intermitencias cada vez más breves, nos dicen qué y cuándo debemos hacer tal o cual cosa, o tal vez incluso cuándo debemos detenernos a pensar en uno u otro asunto. Quizá deberíamos usar también las alarmas para avisarnos sobre la necesidad de ir al ralenti y empaparnos del momento presente.

Y es que no tenemos otra cosa más que el presente. Lo anterior ya pasó y, bueno o malo, no admite cambios. Fue, existió y se quedó nada más ocurrir en el tiempo inmóvil del pasado. Por  su parte, lo que viene, el futuro, no existe. Sabemos que llega a cada instante y en cuanto nos alcanza nos sobrepasa instalándose ya en el pasado. El futuro lo podemos desear, prever, diseñar, soñar..., pero será el que sea, quizá ajustado a nuestras previsiones o quizá alejado de las mismas; es igual, aún no ha llegado y cuando podemos agarrarlo ya no es futuro sino presente y en cuanto se hace realidad pasa a engrosar nuestra experiencia en el trastero del pasado.

Sólo nos queda el presente. A este respecto son aleccionadoras las palabras de David Steindl-Rast, difundidas a través de los eventos TED.



"La felicidad es consecuencia de nuestra capacidad de ser agradecidos, y no al revés". Y "el principal motivo para estar permanentemente agradecidos es la posibilidad de vivir el momento presente como un regalo y una oportunidad también permanentes". Por eso la filosofía Slow y la técnica que, de forma similar a la meditación, nos sintoniza con el presente como es el Mindfulness, deberían entrar a formar parte de nuestros afanes diarios. Sin prisa, pero sin pausa. Es, en otras palabras, como aprender a comunicarnos mejor con nosotros mismos y con nuestro momento y quizá esta vertiente de la comunicación sea la menos aplicada. 

Debería existir una "intracomunicación" o un "selfmarketing" que pudiera incluso ayudarnos a tomar conciencia de cómo andamos de nuestro marketing-mix más íntimo. ¿O es que acaso no tenemos un parecido razonable con, por ejemplo, el bote de mermelada del supermercado? Como él nos hemos ido conformando con el tiempo, y tenemos un valor que exigimos que los demás reconozcan y respeten, y necesitamos transmitir mensajes a diestro y siniestro constantemente, y ponernos al alcance de los otros. Todo menos escondernos en silencio. Cualquier cosa antes que existir pero no ser siquiera algo para alguien. 

Lo dicho: puro marketing. Pero esto será otra historia y otro día. Ahora voy a pulsar la tecla Intro leeeeeentamente y disfrutando de este preciso instante. Fin.

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