EL PAÍS DE LAS SONRISAS PERDIDAS
Si la cara, como dicen, es el espejo del
alma, a partir de ahora ese espejo refleja un alma colgada de las orejas, sin
apenas expresión. Un alma semejante a un bozal.
La mascarilla es ya un “complemento” más
de nuestro vestuario, como el reloj o la bufanda. Pero es un añadido extraño
porque lejos de adornar el rostro, lo atrofia y, más aún, lo culpabiliza como
si nariz y boca fueran partes pudendas que el decoro obligara a esconder.
Las manos con guantes, la cara apenas
asomando los ojos. Prohibido tocar, y sonreír y sacar la lengua, y besar, y
sorber. Solo mirar e intentar ver en los ojos de enfrente lo que hay detrás y
dentro de ellos.
Decía el otro día una sicóloga de las que
ahora salen en la tele (sicólogos, biólogos y cocinillas acaparan medios y
redes sociales para orientar nuestra perplejidad y llenar nuestras horas) que
tenemos que aprender a sonreír con los ojos, a falta de boca. Quizá. Pero unos
ojos, aunque transmitan alegría lo harán siempre sin matices. Todo lo
expresivos que son para el llanto, desde los ojos vidriosos
a la lágrima tendida, resultan limitados para la risa. La boca, sin embargo,
nos muestra desde la sonrisa tímida a la carcajada descarada. No hay color.
… Y ahora nos tapan la boca y nos dejan
libres los ojos, la alegría confinada y el llanto a sus anchas.
Por eso digo que este país ha perdido la sonrisa,
la de cada uno de nosotros, la del ciudadano que busca comida porque no tiene
con qué, y la del político que busca argumentos porque tampoco tiene con qué.
Hemos perdido la sonrisa…, bueno, y en
parte también nos la han robado entre un virus de los que se ven al microscopio
y algunos otros virus de los que pasean por la calle y ostentan vitola de
pandemia.
Lástima. Con lo bien que nos lo estábamos
pasando y la gracia que tenemos los españoles para sacar un chiste de cualquier
desgracia, va y nos tapan la boca, nos dejan mudos y sin una triste risa de
ésas contagiosas que echarnos al alma.
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