Esta noche es Nochebuena. Mañana, no.

Si el edulcorante fuera un momento ese sería el de la Navidad. Cuando escribo faltan apenas unas horas para que, con diversa intensidad, experimentemos todos una sobredosis de emociones alrededor de platos y copas o, en su caso, también de regalos primorosamente envueltos junto al árbol. Cuando leas esto seguramente habrás pasado ya el trance con más o menos dignidad. Obsérvese que para la metáfora he apelado al edulcorante y no al azúcar. No es casual. Un edulcorante es un ingrediente artificial que añade dulzor allí donde lo deseamos. El azúcar cumple la misma función pero es natural. Pues algo así, casi siempre con edulcorante, pasa con la comunicación en Navidad.

La escena, en realidad, viene gestándose desde una semana antes de la Nochebuena. Esos días previos abundan en felicitaciones, comidas de empresa, reencuentros y demás momentos álgidos de emociones de todo tipo que en si mismas son toda una enciclopedia ilustrada de lo que se entiende por comunicación: alguien emitiendo un mensaje que, en este caso, mediante la risa, la lágrima o cualquier otro código comúnmente asumido y fácil de interpretar, es recibido y decodificado por el interlocutor, eso sí, sin garantía de que su traducción coincida con la intención del emisor. Un ejemplo...

Comida de empresa. Un grupo de currelas cuyo único nexo a veces es el logotipo que aparece en sus nóminas, se enfrenta a uno de los momentos que en si mismos aún suponen un misterio insoldable para cualquier coach que se precie. Jefes y subordinados juntos, con sus mejores sonrisas y fuera del horario laboral. Los regalos del "amigo invisible" que se cruzan envueltos en conjeturas sobre su origen e intención. Los escuetos balances del tipo "cómo ha ido el año" que duran lo que duran los entremeses, para dar paso, tras los segundos sorbos, al plato fuerte, a elegir entre la crítica disfrazada de sinceridad desbordante y el corazón abierto a modo de "te vas a enterar de quién soy yo", así, sin anestesia, pasando del cómo conocí a mi mujer hasta el sospecho que el cabrón de mi marido me pone los cuernos.

Los postres, una vez roto el hielo y abierto el fuego que ya es incendio puro, suelen preceder a cánticos diversos (que no falte la conga) en los que jefes, subordinados, mandos intermedios y liberados sindicales se cogen de la cintura para tomar así la auténtica medida de su compañerismo. ...Y cantan a voz en grito Paquito el Chocolatero o el "mira cómo beben ..." aprovechando que esa es la única ocasión en la pueden levantarle  la voz a su superior sin que éste se mosquee. Comunicación en estado puro capaz de combinar soportes digitales (las manos en tu cintura de la conga, mayormente) con analógicos (la afonía ganada a golpe de cánticos y gin-tonics con mucho hielo, sin ir más lejos).

Trasladado al ámbito familiar, más recogido, la situación expuesta es similar a la que se vive en muchos hogares en Nochebuena. Cenar en casa de los suegros puede ya ser un esbozo de agravio comparativo, de esos que quedan para siempre, dejando su huella en el lecho conyugal. Las miradas de reojo entre cuñadas pueden esconder más misterios y resultar más encriptadas que la deep-web más profunda. Valorar el comportamiento del yerno recién llegado a la familia suele conllevar, en lenguaje no verbal, un "mi niña merecía mucho más..." como mejor ejemplo de marketing aspiracional. En fin, y así todo.

Es un misterio. Me refiero a la cantidad de registros de comunicación que descubrimos en nosotros mismos en estas fechas. Por supuesto predomina el registro emocional. Nuestro cerebro límbico está con los motores a tope. El neocortex, allí donde se cocinan el raciocinio y el lenguaje, pasan a segundo término; si acaso adquiere protagonismo si uno se anima a hacer el balance anual de su economía familiar. Sí, en cambio, resulta más imprescindible que nunca nuestro cerebro reptiliano, el que gobierna nuestras necesidades de supervivencia básicas, que en estas fechas se reducen sobre todo a turrones, cava, langostinos, cordero, lubina..., todo ello en cantidades absurdas para mayor incentivo a la producción del Almax y la Sal de frutas.

Es un momento apasionante este de la Navidad. Por desordenado, por primitivo, por emocionante... Son los días del año en los que la secuencia de acontecimientos y vivencias personales suelen ser perfectamente previsibles y, sin embargo, aguardamos durante meses con expectación como si contáramos con alguna sopresa que rara vez ocurre, excepto para los afortunados de la Lotería. Que esa es otra...

A la postre, el objetivo es ser feliz y en estas fechas, además, con carácter obligatorio. Y en tal pretensión oscilamos entre que “Felicidad no es hacer lo que uno quiere sino querer lo que uno hace”, de Sartre, y lo que afirmaba Oscar Wilde: “Algunos causan felicidad allí donde van; otros cuando se van”. En otras palabras, ya puestos, mejor intentar disfrutar de lo inevitable y, del otro lado, entre los que llegan y los que se van, siempre hay una brizna de satisfacción. Don't worry, be happy.

Este blog pretende ser sobre comunicación y sus aledaños. Hoy me he desviado algo de la ruta. Espero que el GPS de la rutina, tras la llegada de los Reyes Magos, me devuelva la serenidad que ahora resulta tan escasa. Paciencia. A fin de cuentas, esta noche es Nochebuena; mañana no.


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