HASTA AQUI HEMOS LLEGADO. GRACIAS.
Tras casi tres décadas enseñando en esta casa ha llegado el momento del adiós, voluntario sí, pero solo a medias.
Quienes me conocen saben que he llevado
con orgullo y como bandera mi condición de profesor, aunque nunca fuera mi
único trabajo. Aún así, las horas semanales de preparación de las clases y de
intentar, de la mejor manera que era capaz, trasmitir conocimientos a un grupo
de veinteañeros, me dejaban siempre la sensación de estar haciendo algo
provechoso para ellos y mucho más importante para mi que cualquiera de las
otras actividades que completaban mi pecunio mensual.
Por ello, ahora que lo dejo, no estoy
seguro de que jubilación venga de “júbilo”, entre otras cosas porque, como
acabo de comprobar, los “seniors” pasamos a ser, de un día para otro, poco más
que un finiquito con firma y fecha sin retorno.
Tras 28 años que comenzaron con la
sugerencia de un amigo en la plaza de toros de Pamplona, tras el tercer toro,
durante los Sanfermines del 95, para optar a un puesto de profesor en el Campus
que estaba a punto de abrirse, me voy con la evidencia agridulce de que “los
tiempos están cambiando” --bueno o no, inevitable-- y, en cualquier caso, digno
de un mínimo análisis.
De un tiempo a esta parte saltan a las
redes sociales testimonios de docentes que se sinceran discutiendo unas pautas
académicas actuales difíciles de asumir por adolecer de herramientas, valores y
objetivos medianamente coherentes y serios. En uno de ellos, en forma de carta
a sus alumnos, un profesor lo resumía con la expresión “os estamos engañando”;
y algo de eso he sentido yo también en los últimos años.
Enseñamos conocimientos y habilidades
que suponemos necesarios para un mundo que, en realidad, desconocemos cómo va a
ser. Hace apenas un lustro mis alumnos aún sentían la necesidad de aprender a
investigar y de conocer el significado de los conceptos básicos de la materia
que les impartía, de entender el dato y sus causas para deducir las
consecuencias… Hoy todo ello lo encuentran ya hecho en apenas unos clics, a
golpe de IAs pululando por la red. Como muchas veces les recordé, en su
porvenir laboral la demostración de saber valdrá menos que la capacidad de
buscar.
Me da pena que ya no sientan la
necesidad de comprobar, comparar, analizar, entender, deducir y, sobre todo, de
dudar de esta nueva religión que ellos asumen como infalible siempre que
empiece por www. Ojalá se den cuenta a tiempo de que la duda, hecha de
incredulidad y crítica, es su mejor defensa para ser libres en este mundo
digital.
Han sido cientos de alumnos, de horas de
clase y de charlas y talleres impartidos también en otras aulas y otros
Centros. ¿Orgulloso de ello? A rebosar. Pero también rabioso por lo no logrado,
sea por las propias limitaciones, sea por las trabas encontradas.
A quienes lean estas líneas, permitidme en fin, y por si sirve, dejar aquí alguna pincelada que resume lo que me ha enseñado enseñar:
- Los alumnos en el aula no necesitan un “colega” que les acompañe, sino un profesor que les guíe.
- Demasiados artilugios digitales en manos de los alumnos para estudiar dentro y fuera del aula están convirtiendo la formación en una especie de safari tecnológico, y al profesor en una suerte de Coronel Tapioca con cara de emoticono; descubrir y “amaestrar” la herramienta y su algoritmo parecen ser el fin y no el medio.
- No. Enseñar no tiene por qué ser un espectáculo. Nuestra misión en el aula no es entretener. Creo que la ciencia no siempre admite serpentinas, ni los conocimientos, sean del área que sean, deben suministrarse edulcorados y precocinados para una más fácil digestión intelectual. Ni el aula es un escenario, ni sentarse a estudiar es como hacerlo ante un menú degustación.
- Cuando se da a los alumnos la potestad de juzgar y evaluar al profesor y, sobre todo, si este juicio resulta determinante para decidir su calidad docente, estamos convirtiendo la formación en un “talent show” cuyo voto definitivo es el del público asistente (…y de nuevo el espectáculo).
- Por eso, no… Un profesor no es bueno o malo porque lo digan sus alumnos nada más. De la misma manera que un médico no es mejor o peor según la opinión de sus pacientes… si estos hacen oídos sordos al diagnóstico y tratamiento que aquél les prescribe.
- Sí. Un alumno puede suspender exclusivamente por responsabilidad suya y de nadie más.
- Una calificación a un alumno no es una decisión arbitraria y sujeta a la duda de tutores y padres. Un examen y su resultado fue siempre para mi lo menos importante en la valoración del alumno. Pero hemos consentido que para muchos de ellos superar estas pruebas sea el fin último y somos en parte responsables de que el objetivo de la formación se parezca bastante al de una Oposición.
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