EL PAÍS DE LAS SONRISAS PERDIDAS
Si la cara, como dicen, es el espejo del alma, a partir de ahora ese espejo refleja un alma colgada de las orejas, sin apenas expresión. Un alma semejante a un bozal. La mascarilla es ya un “complemento” más de nuestro vestuario, como el reloj o la bufanda. Pero es un añadido extraño porque lejos de adornar el rostro, lo atrofia y, más aún, lo culpabiliza como si nariz y boca fueran partes pudendas que el decoro obligara a esconder. Las manos con guantes, la cara apenas asomando los ojos. Prohibido tocar, y sonreír y sacar la lengua, y besar, y sorber. Solo mirar e intentar ver en los ojos de enfrente lo que hay detrás y dentro de ellos. Decía el otro día una sicóloga de las que ahora salen en la tele (sicólogos, biólogos y cocinillas acaparan medios y redes sociales para orientar nuestra perplejidad y llenar nuestras horas) que tenemos que aprender a sonreír con los ojos, a falta de boca. Quizá. Pero unos ojos, aunque transmitan alegría lo harán siempre sin matices. Todo lo ...