... Y el más tonto hace relojes.

Esta mañana de domingo, en ese rato de duermevela en el que, ya consciente, entras en perfecta comunión con las sábanas, cuando, aún con los ojos cerrados intuyes los primeros rayos de luz entre las rendijas de la persiana y descubres que tu mente, una vez ocupada en organizar experiencias y recuerdos toda la noche, se encuentra especialmente lúcida..., esta mañana, digo, pensaba que de mayor quiero ser como Apple.

No sé si te pasará, supongo que sí, pero es en esos momentos cuando los pensamientos me fluyen vertiginosos, ridiculizo con mis argumentos a cualquier oponente, construyo discursos irrebatibles, doy lecciones magistrales, y, tras dormitar aún de forma intermitente, descubro al levantarme que soy incapaz de recordar  semejante compendio de sabiduría. Bueno, pues ahí me he imaginado este Blog con una cola de lectores suspirando por el siguiente post, al modo que ocurre ante las Apple Stores cuando se lanza la última novedad de la marca. Sus fieles son capaces de hacer cola toda la noche a la espera de ser los primeros en alcanzar el trofeo; en mi caso la cola es más difícil por cuanto me doy cuenta que entre post y post puede pasar incluso un mes y semejante espera, aunque sea virtual, no hay cuerpo que la aguante.

Ante la cruda evidencia de que eso nunca ocurrirá y de que mis lectores coinciden extrañamente con los amigos, parientes y prójimos a quienes les envío el enlace correspondiente tras cada parto, que algunos, con buen criterio, harán como que no han visto y otros leerán por compromiso o compasión, debo analizar si no me estoy equivocando de estrategia.

Desde hace unas semanas se está comentado, al menos en los círculos interneteros en los que habitualmente me muevo, un artículo de Alejandro Suárez en el que bautiza como "gurupollas" a quienes, al calor de las redes sociales sobre todo, aparentan y se presentan como expertos de esto o aquello y a veces incluso de todo, sea lo que sea. La capacidad multiplicadora de internet facilita la labor de difusión, pero no garantiza ni mucho menos la calidad del contenido difundido.

Hasta no hace mucho, quien por oficio o afición escribía unas líneas sabía del esfuerzo ingente que suponía conseguir que alguien les hiciera caso para aspirar a ocupar un lugar en un medio de comunicación. Si había suerte, descubrir tu nombre en papel prensa era no sólo un subidón de autoestima sino línea en negrita y subrayada en tu CV. El no va más de la experiencia profesional. Confieso que yo lo conseguí durante una semana seguida, cada día, todos los días, cuando, haciendo prácticas en un medio local ya desaparecido, me encargué de las crónicas de cada etapa de la vuelta ciclista a la entonces "región" y hoy Comunidad Foral. Semejante alarde de protagonismo, incluso, no cayó bien a mis colegas, de forma que las tres últimas etapas aparecieron firmadas por "Redacción" convirtiéndome en el "negro" anónimo sin derecho a firma. Pero, eso sí, hasta entonces, desde aquel lunes hasta aquel jueves de aquella semana, el abajo-firmante llegó a algunos miles (espero) de lectores con su nombre y apellido.

Hoy la cosa es distinta. Cuando yo presione en el menú el botón "publicar" o la tecla Intro, todas estas palabras escritas aquí y reunidas en esta pantalla con más o menos gracia, se lanzarán, como en una mascletá universal, a esos mundos de dios y podrán ser accesibles a todo quisque. Habré logrado en un instante el sueño de todo aquel que quiere contar algo: contárselo a alguien, en este caso al 40%  de la población mundial que es la que tiene acceso a internet. Ahí es nada.

La pregunta es: ¿soy por eso más listo? ¿Sé más que nadie de eso de lo que escribo? Adelanto que en absoluto, y lo digo con la autoridad que me da conocerme a mi mismo con cierta profundidad. Si así lo creyera merecería, en efecto, el calificativo que Alejandro Suárez da en el mencionado artículo a semejantes iluminados.

Me muevo en el terreno de la comunicación y, sobre todo, de la comunicación comercial. Sé por ello la importancia que tiene la percepción, más allá de la realidad objetiva, y la apariencia, más allá del mensaje real. Es lo que hay. Y, si no, que se lo pregunten a más de un personaje público, del ámbito que sea, que sabe que vive de "parecer" sin que necesariamente deba haber un sustrato sólido, ni de conocimientos ni de comportamientos, tras esa apariencia que es la que llegará al público. Es más, ni le preocupa tal vacío. En el terreno político, del Rey abajo casi todos, el afán por controlar las apariencias va en proporción inversa al interés por los fundamentos intelectuales o éticos que se les supone a quienes se dedican a la cosa pública. Cuanto más se dominan las tablas menos necesario es un buen guión.

En el diario repaso a la prensa digital que ya tengo como hábito (será que con la edad uno se vuelve algo masoca) me detengo siempre en la sección que alguno de estos dedica a los consejos, se supone que de los expertos. Hoy, sin ir más lejos, el menú es: Guía para ser bueno en el amor; Diez secretos para vivir más y mejor; Cómo desintoxicarte de la tecnología en seis pasos; Los consejos que los más exitosos empresarios recibieron de sus padres; y Ocho maneras de decir “no” y encima quedar bien con todo el mundo. Confieso que cuando un titular comienza con un número me echo a temblar porque o es la última de Montoro o es que alguien a encontrado X maneras de hacer-lograr-alcanzar, por fin, eso que el ser humano lleva siglos intentando sin éxito.

Yo creo que esos son los gurús peligrosos, los que reducen a un catálogo numerado de consejos, conclusiones o teorías temas que incluso a veces son bastante serios. En los ejemplos reales que menciono, por ejemplo, subyace nada menos que el amor, la calidad de vida, las adicciones, la empresa, las relaciones con los demás..., todo ello "cosificado" en pequeñas dosis, aptas para ser engullidas por mentes perezosas a las que cuesta leer tres líneas sin un punto y aparte.

Confieso sin embargo que, a veces,  la lectura de estos ejercicios de simplificación me resulta incluso entretenida y sobre todo cómoda. Lo segundo porque no exigen demasiada interpretación ni reflexión; vienen ya precocinados, microondas mental y listo. Y la diversión porque hasta dan tentaciones de ponerse en marcha para seguir ciertas recomendaciones que prometen, por fin, remediar la mediocridad de mi vida y superficialidad de mis pensamientos. Miedo me doy.

No es que ya no existan. Abundan las cabezas bien amuebladas, que saben transmitir sus pensamientos y teorías, capaces de hacer aportaciones, de hacerte pensar, de proponer caminos nuevos. Hay mucha riqueza intelectual por ahí desperdigada y muchas experiencias vitales enriquecedoras donde menos se espera, capaces de ilustrar tu vida y de marcarte un camino. Yo creo que ése no es problema. El déficit no es de materia prima sino de tendencias de mercado.

Porque hay un mercado de ideas, público ávido de consumir conocimientos y reflexiones ajenas. Pero es un mercado cada vez menos exigente. La máxima "investigación" a la que llegamos tiene los límites de Google; adentrarse en la Wikipedia da ya una pereza enorme. Nuestra peculiar "biblioteca", esa formada por favoritos o marcadores, es nuestro tesoro mejor guardado sobre todo porque nos causaría cierto sonrojo hacerla pública. La relación de nuestro historial o nuestras descargas sabemos ya que conviene configurarlo para su eliminación automática tras cada sesión; mejor no dejar constancia, por pudor más que nada. En fin, que si existen "gurupollas" es porque abundan nichos de mercado llenos de intelectuales que viven del copy-paste ajeno. Lo que importa es parecer. En español existe una expresión que resume bien la situación: "aquí el más tonto hace relojes... mientras suene el campanario" (añado). No va más.






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