ESOS MOMENTOS

Ocurre casi siempre entre las dos y media y las cuatro de la madrugada. Me despierto acuciado por inaplazables urgencias mingitorias, fruto de las apreturas en las que han de convivir vejiga y próstata. A veces me hago el remolón pero sirve de poco porque la pereza para levantarse sé que siempre se verá recompensada por el alivio posterior. El caso es que regreso a la cama, me acomodo en la tibieza de las sábanas, busco el lugar de la almohada más confortable para apoyar la cabeza, respiro profundamente y llego a la conclusión de que, si la felicidad existe, debe parecerse mucho a ese momento. La mente y el cuerpo perecen entrar en pausa pero, a la vez, se mantienen conectados al silencio, la penumbra y el bienestar físico que les acoge. En ese estado de somnolencia consciente mi mente empieza a producir pensamientos que encajan en dos tipos de escenarios con más frecuencia: o bien me veo ante un atril y un auditorio expectante, o bien frente a un folio en blanco que a su ma...