EL “EDADISMO” Y UN MONJE SHAOLING
Cuando el joven monje Kwai Chang Caine
estaba en periodo de formación solía acudir a sus ancianos mentores, el maestro
Khan y el maestro Po, en busca de consejo. Ellos iban sembrando en el joven
monje los conocimientos, la conducta y algún que otro recurso de artes
marciales, que tan útiles le serían luego en el salvaje oeste a la hora de
enfrentarse a los “malos”.
Quienes por razones de edad (dichosos
ellos) no sitúen al personaje, se trata de Kung-Fu –“pequeño saltamontes” para
sus fans –, protagonista de un clásico de la TV en los 70 y fijo en nuestras
tardes adolescentes de domingo. Pero, entre aventuras y peleas, aquella serie
nos enseñó también el respeto a los mayores, tal y como el protagonista
evidenciaba ante sus maestros.
Gerontólogos como Robert Butler denominan edadismo al proceso por el cual una persona es discriminada con motivo de su edad. Lo llega a describir como "una profunda incomodidad en jóvenes y personas de edad media, que alcanza la repugnancia personal y asco al envejecimiento, la enfermedad y la invalidez, así como el miedo a la impotencia, la inutilidad y la muerte". Desdramatizando y para entendernos, aceptemos “edadismo” como el conjunto de comportamientos discriminatorios con los más mayores.
Lo confieso: yo he sido víctima en algunas ocasiones de edadismo por parte de empresarios y departamentos de recursos humanos. Yo y buena parte de los casi 2 millones de seniors (mayores de 45 años) que conforman casi la mitad de los parados de este país y a quienes se les cierran las puertas sencillamente por ser culpables de haber vivido más.
La situación, para empezar, no sólo es éticamente inaceptable sino también ilegal, a tenor de la Directiva 2000/78/CE de la Unión Europea que busca combatir la discriminación en el lugar de trabajo también por razón de edad. EE.UU sencillamente prohíbe, desde el año 1967, discriminar a mayores de 40 años.
Pero más allá de lo legal, e incluso de las estadísticas vía INE, deseo aquí recordar las razones por las que debería asumirse como un lujo contar con candidatos y trabajadores, ellos y ellas, a los que hace mucho que no les preocupa el acné ni se avergüenzan de sus canas.
La gestión de la edad es una labor cada vez más urgente en los departamentos de RR.HH. La inercia parece llevarles a contemplar por defecto solo a los menores de 35, como mucho, olvidando otros “recursos” más que rentables para la empresa. Apuntaré algunos que, si no en exclusiva, abundan bastante más en los profesionales de nuestra generación.
Gerontólogos como Robert Butler denominan edadismo al proceso por el cual una persona es discriminada con motivo de su edad. Lo llega a describir como "una profunda incomodidad en jóvenes y personas de edad media, que alcanza la repugnancia personal y asco al envejecimiento, la enfermedad y la invalidez, así como el miedo a la impotencia, la inutilidad y la muerte". Desdramatizando y para entendernos, aceptemos “edadismo” como el conjunto de comportamientos discriminatorios con los más mayores.
Lo confieso: yo he sido víctima en algunas ocasiones de edadismo por parte de empresarios y departamentos de recursos humanos. Yo y buena parte de los casi 2 millones de seniors (mayores de 45 años) que conforman casi la mitad de los parados de este país y a quienes se les cierran las puertas sencillamente por ser culpables de haber vivido más.
La situación, para empezar, no sólo es éticamente inaceptable sino también ilegal, a tenor de la Directiva 2000/78/CE de la Unión Europea que busca combatir la discriminación en el lugar de trabajo también por razón de edad. EE.UU sencillamente prohíbe, desde el año 1967, discriminar a mayores de 40 años.
Pero más allá de lo legal, e incluso de las estadísticas vía INE, deseo aquí recordar las razones por las que debería asumirse como un lujo contar con candidatos y trabajadores, ellos y ellas, a los que hace mucho que no les preocupa el acné ni se avergüenzan de sus canas.
La gestión de la edad es una labor cada vez más urgente en los departamentos de RR.HH. La inercia parece llevarles a contemplar por defecto solo a los menores de 35, como mucho, olvidando otros “recursos” más que rentables para la empresa. Apuntaré algunos que, si no en exclusiva, abundan bastante más en los profesionales de nuestra generación.
- Experiencia. Es obvio, entendiendo por experiencia no la simple acumulación de años sino el aprendizaje humano y profesional que el tiempo bien aprovechado proporciona. ¿Qué empresario o directivo no echó de menos en sus inicios la experiencia que ahora tiene? Pues bien, quizá en el montoncito de C.V. que esperan en su mesa haya quien la traiga ya bajo el brazo.
- Compromiso. Para el profesional de cierta edad, un puesto de trabajo ya no es tanto un peldaño hacia aspiraciones superiores sino una relación estable. Y eso no supone conformismo ni resignación; al revés, significa conocimiento del valor de lo que se posee y, por tanto, la mayor dedicación para responder a las expectativas.
- Templanza. En puestos de cierta responsabilidad son frecuentes tensiones, dudas, nervios, miedos… En tal escenario, haber aprendido con la edad a mantener el temple, a tener perspectiva, a primar el análisis sobre el impulso y la responsabilidad sobre la aventura predispone a asumir tales situaciones con la serenidad que mejor garantiza el acierto.
- Capacidad de aprendizaje. Aprender parece ser una aspiración propia de la juventud y, sin embargo, el índice de “fracaso estudiantil” es considerablemente mayor en las escuelas y universidades que en los centros de formación de mayores. Si en las Aulas senior se respira una auténtica sed de conocimientos, en la empresa los veteranos sabemos que el aprendizaje forma parte del trabajo.
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