¡Cuidado, hay clientes que se quedan con tu cara...!
Edward G. Robinson en el “Hampa Dorada” (Little Caesar, 1931), Marlon Brando o Robert de Niro en los sucesivos “Padrinos” (1972 y 1990), Jack Nicholson en Los infiltrados (The Departed, 2006)… por destacar solo algunos de los habitantes de cualquier videoteca que se precie, son el mejor y más cinematográfico ejemplo del poder de una mirada. Esa mirada que penetra y te eriza el vello de las entrañas y que sabes que está guardando, procesando y encriptando no solo tu apariencia sino tu esencia, hasta tener la sensación de que te han exprimido en un instante, dejándote en manos y al albur de quien en vez de ojos parece tener rayos X.